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Formación de la voluntad para el ejercicio de la libertad

*Por: Josefina Rodríguez

No puede entenderse la voluntad, como facultad suprema de la persona humana, sin la acción de los atributos de la inteligencia y la libertad.


La voluntad ha sido un tema de la pedagogía desde hace muchos años, un tema que ha inquietado a diversos autores. Para Schopenhauer, por ejemplo, la voluntad, es la voluntad de vivir; para Nietzsche, es la voluntad de poder. Se dice también que la voluntad es la potencia del querer. Estas tres posturas son incluyentes, son parte de la vida de la persona. El deseo, el dominio, la elección de aprobar o rechazar, son usos o formas de la voluntad. Por voluntad, según el Diccionario de Psicología, también se entiende la decisión consciente de actuar o emprender un curso de acción, como el hecho de dirigir o controlar uno mismo sus acciones o conductas.


Por lo anterior, la formación de la voluntad es un punto vital en la educación, porque a través de ella se potencia la libertad de la persona para que llegue a su plenitud. Por otro lado, también es necesaria la educación de la libertad para elegir lo bueno.


Sin la formación de la voluntad —sin la formación del hábito de querer libremente lo verdadero y lo bueno—, difícilmente se logra la plenitud de la persona. A través de la voluntad se fortalecen los hábitos buenos, los cuales se convierten en virtudes y valores que rigen la existencia personal.


«El hombre es un ser hecho de voluntad. Su voluntad es obra de la naturaleza; pero él es obra de su voluntad». Aquilino Polaino-Lorente

La educación de la voluntad y la libertad, va acompañada de la razón. Retrasar la educación de la voluntad y la libertad, propicia comportamientos caprichosos e irreflexivos, dejando a la persona sujeta a los deseos de los demás, al no tener el autocontrol y autodominio de su persona.


Lo permanente y lo cambiante son principios educativos fundamentales.

Lo permanente de la persona —su esencia—, se nutre a través de las virtudes y los valores. Lo cambiante es lo dinámico.


La estructura de la persona humana, por tener una dimensión corpórea, necesita bienes materiales, y por poseer una dimensión mental, emocional, social y espiritual, requiere de otro tipo de bienes que son inmateriales, los cuales se tornan en deberes para ella misma. Los seres irracionales, por no tener entendimiento, no poseen ninguna clase de deberes. El respeto, la justicia, la responsabilidad, la verdad, la perseverancia, son deberes de la persona humana, que se activan a través de la voluntad.


«Solo la voluntad puede hacernos cumplir lo que la razón nos ha podido hacer concebir». Aquilino Polaino-Lorente

La intención y la elección son actos de la voluntad que se orientan hacia el bien elegido, una vez que se realiza el razonamiento; la elección es un acto de la voluntad que sirve al fin de la intención.


La voluntad, la elección y la libertad están íntimamente relacionadas.

La libertad del ser humano, al ser una propiedad de la voluntad, es un elemento necesario no nada más para elegir, sino para realizar un modo de querer. Por medio de la voluntad, la persona quiere de verdad conseguir un fin, es decir, desea y elige los medios más convenientes para llegar a ese fin; aunque ese fin no sea necesariamente un fin bueno para sí mismo y para los demás.


Cada persona tiene el derecho a decidir lo que quiere ser, hacer y tener en la vida; posee la capacidad para autodeterminarse. Al ejercer su libertad, la persona decide abandonarse a merced de la fuerza de las circunstancias, o bien ser esa fuerza que trascienda las circunstancias.


«La esencia nos ha sido dada, la existencia la decidimos. La vida la heredamos, el vivir es obra de nuestra libertad. Con la vida nos encontramos, con el vivir nos comprometemos». Arturo Damm

La decisión práctica es interna, cada decisión genera un cambio; podemos ser mejores o peores, depende del para qué de la decisión.


Para ejercer la libertad, se requiere la capacidad de reflexionar, es decir, aprender a cuestionarse acerca del para qué y el por qué se decide o elige algo, y cuáles son los beneficios o perjuicios que se obtendrán. La capacidad de reflexión, mediada por la razón y la voluntad, va alcanzando su madurez al llegar a la adolescencia.


Educar para la libertad se traduce en evitar los condicionamientos, fomentar el razonamiento y la voluntad de querer lo que es mejor para sí mismo y para los demás en el momento presente, sí, pero tomando en cuenta las consecuencias futuras.

Gracias a que la persona puede ejercer su libertad es que tiene el poder de elegir su manera de poseer, de hacer y de ser consigo mismo, con los demás y con el mundo; por lo tanto, se obliga a responsabilizarse

y a comprometerse —también consigo mismo, con los demás y con el mundo— dado que como el ser humano es un ser con el mundo y consigo mismo, el ejercicio de su voluntad y libertad lo afecta, lo mismo que a su entorno.


La voluntad y la libertad al servicio único del querer tener y querer hacer, limitan al hombre y lo dejan sujeto a influencias externas, al implacable deseo consumista y materialista del mundo actual, para permanecer en el nivel de un ser funcional, utilitario, decadente y masificado. Es común encontrarse con este tipo de personas, de

hombres-masa que existen únicamente en el ámbito del hacer y tener, carentes de voluntad de ser, vacíos del sentido de vida y del espíritu trascendente. Por ello, el binomio de intelecto y voluntad, como unidad, es requisito para el ejercicio de la libertad en busca de decisiones y acciones que lleven a la perfección, a querer ser

personas comprometidas con la verdad y con el bien para sí mismas y para los demás.


El poder de la libertad en la persona, de su libre albedrío, puede ocasionarle su propia dicha, o bien, desdicha. La persona no puede evitar ejercer su libertad en sus decisiones vitales; en el mismo acto de renunciar a tomar una decisión por miedo a equivocarse, ejerce su libertad negando la posibilidad de autodeterminarse, al ceder ante el miedo, la indecisión o presiones externas. Cuando la persona elige libremente, admite en consecuencia una renuncia a aquello por lo que no optó; en el mismo acto de elegir y renunciar a algo, adquiere un compromiso y una responsabilidad derivados de las consecuencias de su elección.


Gracias a su posibilidad de elegir, la persona puede trascender sus propios límites. La conquista de la libertad humana radica en obtener el señorío o autodominio de sí mismo.


El ser humano tiene libertad y conciencia propia para elegir y tomar sus propias decisiones. Por lo tanto, es un ente activo y constructor de su propia vida (Hernández, G., 2002:104).

Perfeccionarse incluye autodeterminarse; solo a través de la voluntad, que es concreción de los actos, la persona puede perfeccionarse.


La educación de la voluntad supone una perfección del ser humano, pero una perfección que es perfectible, por cuanto que permanece indefinidamente abierta (Polaino, A., 1988:87).

La libertad de elegir querer, es una propiedad de la voluntad, y la voluntad pertenece al orden cognitivo. Para querer algo hay que conocerlo previamente, pero son las razones que se tengan para querer ese algo, las que guían a la voluntad de querer.


«El hombre podrá ser obligado a hacer algo; pero a querer algo, nadie puede obligarlo, si él no quiere aquello». Carlos Llano Cifuentes

Ejercer la voluntad con inteligencia significa ser selectivos al elegir aquello que se quiere querer y que merezca ser continuado indefinidamente.


Nadie está obligado a comprometerse con alguien o con alguna tarea; pero obligarse a continuar lo que se ha comenzado, estimula la confianza en sí mismo, la perseverancia y la firmeza de carácter. Cumplir día a día, momento a momento el compromiso, es una tarea a realizar de manera metódica, ordenada, cuidando cada detalle del compromiso a cumplir.


«Conocer para saber, saber para predecir, predecir para servir a los demás». Aquilino Polaino-Lorente

En el deseo no interviene la razón (atributo de la inteligencia), su guía es la sensibilidad y la motivación, es decir, aquello que mueve a la persona a hacer algo que considera bueno o valioso. En la motivación existe una tendencia hacia la realización o no de algo; en el deseo, hay una tendencia a la posesión de algo.


Durante el proceso educativo, sin la formación de la voluntad para el ejercicio de la libertad, el comportamiento de la persona será fácilmente manipulable, pues estará guiado por el puro deseo irreflexivo de sus instintos.


La delincuencia y la corrupción, que es una constante en la sociedad, tienen su origen en el deseo ilimitado de poseer. El deseo desmedido de tener más, se convierte en codicia crónica. Esto ha sido y será la causa de conflictos interpersonales, luchas de clases sociales, guerras de poder económico y territorial entre personas y naciones.


La voluntad no depende de factores externos, es el resultado de una determinación interna.


Los seres irracionales poseen un solo principio de acción: su naturaleza; el hombre, en cambio, posee dos principios que, además, pueden entrar en conflicto mutuo: su naturaleza y su voluntad libre (Llano Cifuentes, C., 2002:110).

El amor es el acto más puro de la voluntad; en el amor se reafirma, día a día, la elección. A través del amor se afirma al otro, se encuentra uno mismo en el otro, trascendiéndose a sí mismo.


Sin la formación del hábito de querer libremente lo verdadero y lo bueno, la voluntad queda inerme al instinto primitivo del deseo.


Cuando se educa rectamente la voluntad, esta se hace buena en la medida en que se realiza el bien a los demás.


La voluntad crea el hábito y todo hábito bueno se convierte en virtud. La práctica de las virtudes, hace de la persona un mejor ser humano para beneficio propio y de la sociedad a la que pertenece.


Los hábitos buenos —preferiblemente adquiridos durante la infancia— se convierten posteriormente en virtudes. Las virtudes sirven de guía a la voluntad para elegir libremente la manera de ser y de estar en el mundo, para ser responsables del cumplimiento de la vocación o misión a la que nos debemos como educadores, como alumnos, como profesionistas, como gobernantes, como ciudadanos... La educación en el ejercicio de las virtudes y los valores universales, debe ser la guía y los cimientos de la manera de ser libres en el siglo XXI.


El crecimiento de mi libertad de Ser depende de mis decisiones en la adquisición y desarrollo de mis virtudes y potencialidades (González Simancas, J.L., 1992:149).

La prudencia, la templanza, la fortaleza y la justicia, son virtudes que favorecen el recto ejercicio de la libertad en el modo de ser y estar en la vida. Cuando se fortalece la voluntad de querer y se ejerce la libertad con responsabilidad, practicando la prudencia y la fortaleza, no existen influencias externas de personas o circunstancias que hagan posible cambiar esa voluntad si la persona, con plena conciencia, decide no querer modificarla.


La prudencia capacita para reflexionar antes de decidir, para no dejarse llevar por los impulsos, para darse el tiempo necesario de buscar los medios adecuados que conduzcan al logro del objetivo, para pensar antes de actuar, para sopesar pros y contras.


La templanza fortalece el impulso de frenar toda clase de deseos obsesivos que ciegan a la razón, que provocan enfermedades físicas, mentales y emocionales; proporciona el coraje necesario para transformar las debilidades en fortalezas y sirve como un contenedor para no caer en las profundidades de los vicios y las adicciones que

degradan la dignidad humana.


La fortaleza es el medio para vivir con dignidad y mantenerse firmes ante la pérdida generalizada de los valores humanos básicos; es la herramienta para resistir las situaciones difíciles y dolorosas de la existencia; es el instrumento para remar contra viento y marea.


La justicia significa la acción de dar a cada quien lo que le corresponde; como una ley humana y personal que busca equidad y que va en contra de las desigualdades sociales; que respeta los derechos propios y de los demás. Es la balanza que no se inclina únicamente por intereses económicos; es una conducta que no ve en su actuar el favoritismo de la conveniencia.


La voluntad y la libertad capacitan al ser humano para el cumplimiento de la responsabilidad y el proyecto de vida de la persona; asimismo, sirven como vehículo para la plenitud y el desarrollo de su perfección.


La verdadera libertad no se logra «liberándose» de algo, sino teniendo la capacidad de ser libres para algo, es decir, tener la capacidad de ser, de comprometerse con algo o alguien.


De poco le sirve a un ser humano el don de la libertad y la facultad de la voluntad si no se sabe para qué debe ser libre, si no conquista su autonomía y señorío. Un hombre solamente podrá decidir la plenitud de su ser, si su vida tiene una finalidad y sus acciones un sentido, lo cual implica a su vez un proyecto, es decir, una libertad

para ser y estar en el mundo. Sin un proyecto o una finalidad, la libertad de la persona es ciega.


En conclusión: la voluntad necesita de la inteligencia para conocer aquello que quiere, y de la razón para saber elegir lo que quiere, haciendo uso del don de la libertad. Pero la voluntad requiere de algo más que conocimiento y raciocinio para elegir querer aquello que es verdadero y bueno para sí mismo y para los demás; necesita de la fuerza del espíritu, motor que impulsa y guía la recta razón, y vence los obstáculos que impiden alcanzar la meta trazada. Es la fuerza del espíritu —la que reside en la justicia, la templanza, la fortaleza,

la prudencia— la que habita en el amor: el acto más puro de la voluntad. ■



REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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1988.

GONZÁLEZ-SIMANCAS, J.L., Educación, libertad y compromiso,

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HERNÁNDEZ, G., Paradigmas en psicología de la educación,

Editorial Paidós, México, 2002.

LLANO CIFUENTES, C., Formación de la inteligencia, la voluntad y

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_________________ , Las formas actuales de la libertad, Editorial

Trillas, México, 2002.

OTERO, F., Educación y manipulación, Editorial Minos, México, 1989.

PLIEGO, M., Los valores y la familia, Editorial Minos, México, 2002.

POLAINO-LORENTE, A., Dimensiones de la voluntad, Dossat,

Madrid, 1988.

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