De la oración a la contemplación. La oración de todos los sentidos

Introducción
En cierta ocasión le preguntaron al Dalai Lama ¿qué es la espiritualidad?, a lo cual contestó: “La espiritualidad es aquello que produce en el ser humano una transformación interior”.
El ser humanos es un ser de transformaciones, pues nunca está acabado, está siempre haciéndose, física, psíquica, social y culturalmente. Pero hay transformaciones que son interiores, verdaderas transformaciones capaces de dar un nuevo sentido a la vida o de abrir ciertos campos de experiencia y de profundidad rumbo al propio corazón y al misterio de todas las cosas. El principal objetivo de nuestra práctica es el encuentro profundo y transformador con nosotros mismos y con Dios.
Un encuentro con Dios siempre consiste en el conocimiento de él y la vivencia de la propia identidad. Reconocer a Dios en sí mismo y reconocerse en Dios son dos caras de la misma moneda. No hay encuentro con Dios que no sea al mismo tiempo encuentro con uno mismo. Tampoco puede haber experiencia con uno mismo que no nos brinde simultáneamente conocimiento de Dios.
No necesitamos ser muy espirituales para saber que este “conocimiento” de Dios no deviene del pensamiento discursivo o intelecto (la nous para los griegos), sino de la percepción que experimentamos. Dios está presente, pero no lo percibimos.
Nuestro comportamiento está determinado por nuestro pensamiento. Julio Sahagún llama “facultades de la mente” a las capacidades que nos hacen posible advertir nuestra presencia y la de todos los seres. Tender hacia lo que requerimos para vivir y, en ocasiones, integrarnos con nosotros mismos y con todo lo que existe[1].
Las facultades de la mente son:
La percepción: Lo primero es sentir en el cuerpo. Al principio siempre está la percepción. Tenemos las percepciones de los sentidos, como oír, palpar, gustar, ver y oler con las que captamos el mundo, y la percepción espiritual que se denomina toma de conciencia, comprensión o descubrimiento. Corresponde al latín “perseptio” y consiste en que nos damos cuenta de algo de la realidad.
La memoria: Es el almacén de datos, experiencias, sentimientos y recuerdos que hemos ido registrando a lo largo de nuestra vida. La memoria almacena también la serie inmensa de combinaciones que hacemos de unos datos con otros.
El pensamiento: Es nuestra reacción ante lo percibido. El medio por el cual procesamos e incorporamos lo percibido. Esto se efectúa a través del pensamiento discursivo o de la razón (inteligencia, intelecto): reflexionar, comparar, analizar, planear, interpretar y elegir o decidir.
La voluntad: Es la respuesta final al proceso. Ponemos en práctica lo que hemos aprendido. Nos activamos y actuamos en consecuencia.
Poco a poco estamos perdiendo nuestra capacidad de percepción. En cuanto percibimos algo, nos ponemos a pensar, a reflexionar, a considerar, a juzgar, a comparar. No nos permitimos conocer por medio de los sentidos, darnos cuenta de la realidad.
No obstante, la percepción es la que al fin y al cabo nos lleva hacia Dios. Contemplación es mirar y es este el significado de la palabra latina “contemplari”.
En un primer momento no percibimos a Dios, porque nuestra mente inquieta y nuestra actividad agitada nos distraen de la percepción. A fin de prepararnos para la gracia de la contemplación debemos aprender a percibir.
Percibir significa volverse consciente. La percepción es una cuestión espiritual. Es una actividad de la conciencia. Los órganos de los sentidos llevan conocimientos a la conciencia, que nosotros llamamos percepciones de los sentidos: contemplar con los ojos, escuchar con los oídos, oler con la nariz, palpar con los dedos y gustar con la lengua.
En este ciclo trabajaremos con nuestras percepciones sensoriales, porque son muy concretas y fáciles de entender. Los Padres de la Iglesia le llamaron doctrina de los “sentidos espirituales” es decir los sentidos espiritualizados, habitados, animados por el espíritu de Dios.
En este ciclo tomaremos como guía principal el texto de Jean-Yves Leloup, “La oración de todos los sentidos”
[1] Julio Sahagún, “Plenitud de vivir”, Técnicas de meditación occidental. Editorial Pax México. México, 2000